“¿Cómo
empezar —porque todo tiene su principio— la historia que servirá de respuesta?
Ya sé. Lo
mejor es atenerse a las convenciones del género, pisar terreno seguro, allá
vamos.
Había una vez…”
“La vocación literaria”. Fresán
Rodrigo Fresán
siempre te descoloca. Lo quieras o no, lo consientas o no, te descoloca. Como
ya me pasó al leer
Mantra (
http://ivanbarbagallo.blogspot.com.ar/2015/02/mantra-rodrigo-fresan.html)
y La parte inventada (
http://ivanbarbagallo.blogspot.com.ar/2015/06/la-parte-inventada-rodrigo-fresan.html),
al terminar de leer
Historia argentina
(1991) y sentarme a escribir esta breve y poco rigurosa reseña, me encontré
nuevamente ante la dificultad de catalogar o definir este libro. Es cierto que es su primer libro de ficción,
y que los procedimientos que más adelante estarán mucho más definidos y más
sueltos, acá asoman con un poco de timidez, como pidiendo permiso. Sin embargo
uno siente siempre una libertad, una heterodoxia, una originalidad y frescura
que no espera de un autor que no tiene el reconocimiento que debería (como me
decía aquel vendedor extático: “La gente no sabe lo que es Fresán, no conoce a
Fresán”.) Los anteriores libros que mencioné,
Mantra y
La parte inventada
están catalogados como novelas, aunque en realidad están formados por un montón
de fragmentos (¿cuentos?) de mayor o menor duración, mayor o menor autonomía
del resto de los fragmentos. Es cierto que su cohesión es absoluta, y que
forman un todo coherente, como si cada fragmento contribuyera desde su lugar a
darle sentido a una trama ulterior, enorme, sólo abarcable (siempre de forma incompleta)
por fragmentos.
La editorial Planeta cataloga indefectiblemente Historia argentina como libro de cuentos. Y no hay dudas, ¿o sí?:
cada una de las partes que comprenden este libro, son cuentos, señoras y
señores. Cuentos, cuentos con todas las letras. Y cuando uno empieza a leer,
tampoco lo duda: la primera historia trata de un muchacho al que, para
castigarlo por su fanatismo por Mickey Mouse, su familia mandó a trabajar en un
restaurante londinense durante la guerra de Malvinas; la segunda, de dos
incomprendidos y adelantados padres de la patria en aquella época fundacional; la
tercera, sobre un encuentro amoroso muy particular. Y así uno va leyendo los
cuentos como entidades autónomas, independientes, autosuficientes. Son todos
cuentos, lo que se dice cuentos, lo que uno llama cuentos. Historias breves,
separadas, independientes, unidas en un libro por algún criterio oculto que se
nos escapa.