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lunes, 3 de noviembre de 2014

Maldición eterna a quien lea esta reseña. Intervenida por Ana Serrano


Maldición eterna a quien lea estas páginas es una novela de Manuel Puig, publicada en 1981 y ambientada en los últimos días del año 1977 y los primeros de 1978. Fiel al estilo de Puig, el narrador es muy débil, casi inexistente. Lo único que hace es presentarnos a dos personas hablando, durante casi toda la novela: este narrador particular nos pone casi directamente frente a los personajes. No hace acotaciones, no dice nada. La única participación activa es la de dividir la novela en dos partes de casi idéntica duración que no tienen más nombre que "primera parte" y "segunda parte", a la vez que la de poner las reglamentarias líneas de diálogo cada vez que cambia el personaje que habla y puntos suspensivos cada vez que la persona que se espera que responda no lo hace, quedándose en silencio. Hacia el final, en el último capítulo, el narrador transcribe, sin hacer ninguna acotación ni explicación, algunas cartas que dan una conclusión a la novela.

Lo que me llamó mucho la atención no encontrar, y que está muy presente en el resto de la obra de Puig, son las alusiones al mundo del Pop Art, de Hollywood, sus galanes y sus vedettes, al mundo de las amas de casa pueblerinas de primera mitad del siglo XX y los personajes intencionalmente estereotipados del hombre, macho, trabajador, seductor y violento; la mujer ingenua, soñadora, que se ocupa de la casa y vive para servirle al marido; el niño inteligente, apasionado, ignorante, homosexual.

El padre de Larry sí forma parte del primer estereotipo. En cualquier caso, tengo la impresión de que Puig no siempre utiliza necesariamente estos estereotipos tan marcados (en otras novelas suyas aparecen, pero no como totalidad). ¿El niño inteligente apasionado e ignorante, con la excepción de la orientación sexual, no lo encarnaría Larry? Es un personaje ingenuo y con gran necesidad de aprobación y de conocimiento que busca respuestas a través la religión. Su propia inteligencia lo apartará pronto de la teología, interesándose poco a poco por otras cuestiones como el marxismo y el psicoanálisis. (¿Como al propio Puig?). 

En cierto sentido, puede trazarse una relación clara entre Maldición eterna a quien lea estas páginas y El beso de la mujer araña, sobre todo por su carácter explícitamente político y alusivo a la represión estatal, pero creo que la trama de El beso... es mucho más interesante y atrapante, (descontando su carácter experimental, con las notas al pie, postulando hipótesis y haciendo referencia a teorías científicas sobre la homosexualidad, que la convierten en una novela más versátil, mucho más interesante aún), mientras que la de esta novela es un poco más simple, sin perder, por ello, su complejidad. Es cierto que la trama no es difícil de reponer, pero también es cierto que deja muchas incógnitas sin respuesta (sea esto positivo o no).

Sin entrar en detalles por el momento (aunque seguramente más adelante escriba sobre ello), esto se puede ver como que “el autor deja muchas incógnitas sin respuesta” pero también como que el autor deja varias respuestas con las incógnitas a medio delinear. Mi sensación es más la de no saber cuál de las varias opciones ambiguas que el autor nos ha ido dejando me parece mejor para completar las respuestas, o si incluso (y mejor aún) la idea es que puedan servir todas.


Hay capítulos enteros en los que solamente uno de los personajes habla y frente a eso, sólo se leen los inexpresivos puntos suspensivos que no explicitan si el otro personaje está efectivamente en la habitación o si el primero está alucinando, o soñando, o qué; hay ocasiones en las que uno de los personajes se asusta, empieza a actuar de un modo que, al no haber explicaciones por parte de un narrador convencional, no se entiende si es justificado o si simplemente se volvió loco; hay un capítulo entero, solamente uno, que parece extraído de otra novela. En ese capítulo, en el que se mantiene el aspecto formal del diálogo, pero nuevamente sin ninguna explicación, nos encontramos frente a dos personajes que, si bien son similares a los que venían conversando en los capítulos anteriores, están en otro contexto histórico, geográfico y político. Al terminar este capítulo, se vuelve a la "normalidad", los personajes vuelven a ser los mismos y sus situaciones también, como si no hubiese pasado nada.

Al principio creo que Puig juega con eso para sembrar la incertidumbre pero a medida que va narrando deja más evidencias de la desubicación mental de Ramírez. Yo interpreto los pasajes de este estilo como alucinaciones o recuerdos entremezclados de situaciones pasadas. Me parece interesante lo que apuntas con respecto al único capítulo en el que los protagonistas no son Larry y Ramírez (no me había percatado). Se me ocurre una interpretación de esta parte, en la que, el viejo, en una de sus asiduas alucinaciones recuerda algún encuentro pasado, anclado y perdido en el inconsciente. El hecho de enmarcar la historia en el contexto de la Rusia prerrevolucionaria quizás tiene que ver con el aprendizaje enciclopédico al que se intenta someter Ramírez. Percibe el trasfondo propio y personal de la historia, quizás con algún compañero del sindicato, pero lo representa mucho más lejos de su argentina natal (y qué mejor lugar que escoger el hito revolucionario ruso que seguro ha podido leer en su querida enciclopedia) para no afrontar su propia realidad, su propio pasado revolucionario. Además, creo que en ese capítulo se plantea una de las consignas centrales del ideario político de Ramírez, rebrotando de su propia inconsciencia a través de la alucinación: la idea de que la revolución no muere porque los caídos siempre son reemplazados (los perros por el viejo, luego por el joven, y así, sucesivamente).

La historia (casi toda) transcurre en Estados Unidos, y los personajes principales son Larry, un profesor de historia fracasado, que no confía en sí mismo lo suficiente como para dedicarse a la docencia, marxista, desempleado y divorciado, que tiene que tomar un trabajo de acompañante de gente de edad avanzada en el que conoce al señor Ramírez, el otro personaje, un anciano argentino, caprichoso, paranoico, que sufre de amnesia. Juntos irán conversando, intentando reconstruir la historia del otro, conocerla y entenderla. A Ramírez le interesa la historia de Larry porque todo le resulta novedoso y le pregunta hasta las cosas más triviales intentando, sin mucha voluntad, recordar algo de su propia vida; también a Larry le interesa la historia de Ramírez porque de a poco va descubriendo que el anciano (aunque lo niegue fervorosamente y se muestre indignado ante las insinuaciones o las afirmaciones del joven) fue en su país un militante, un importante dirigente sindical que fue apresado y torturado durante la dictadura militar y que fue por esas torturas que perdió la memoria. Es interesante ver cómo, a lo largo de la novela, y por la amnesia y los caprichos del señor Ramírez, las conversaciones pasan de ser diálogos reales, sobre la vida real de Larry (quien no parece muy contento recordando ciertas cosas, ciertos traumas) a ser historias mixtas, en las que el señor Ramírez interviene, diciendo cómo en realidad fue un episodio traumático de la vida de Larry, cómo las cosas no son en realidad como se las cuenta él sino totalmente distintas y termina contando lo que suponemos, en realidad, son anécdotas de su propia vida que conscientemente no recuerda. Estos diálogos, forzados por las interrupciones caprichosas del anciano, van volviéndose cada vez más irreales, volviéndose ficciones literarias, a medida que el anciano pregunta cosas que Larry no quiere responder y a medida que el mismo anciano evita otros temas que le traen sensaciones extrañas, indescriptibles, claramente ligadas a su pasado que no puede recordar. Esto, acaso, se vea exacerbado en uno de los últimos capítulos en los que el diálogo es también entre un anciano malhumorado y un joven idealista, pero en la Rusia zarista, en el contexto inmediatamente anterior a la Revolución rusa. Estos personajes son tan similares a los de Larry y Ramírez que también es hacia el final del capítulo que el joven se da cuenta de que el viejo, a pesar de su mal carácter, también es antizarista y apoya a los revolucionarios.

Durante toda la novela el viejo no quiere hablar de su vida política pero quiere reconstruir su historia personal, a través del interés que muestra por la vida personal de Larry. El joven no quiere hablar de su vida personal, pero le interesa la vida política del viejo. Ambos tienen grandes reticencias a recordar sucesos y sentimientos de su pasado (ya sea de índole política o personal) que son, precisamente, los que más interesan al otro. La comunicación, así, se vuelve casi imposible y casi siempre tiene que ceder uno (Larry, que es el que menos herido está realmente para poder hablar).

Por otra parte, y volviendo al capítulo de la Rusia zarista, vemos cómo se narra una situación en la que el viejo ruso sabe que su joven ayudante utiliza máquinas del trabajo para hacer panfletos políticos, y sin embargo no se moja: ni le apoya ni le recrimina. Ramírez, a su vez, también sabe que Larry está utilizando sus libros con fines políticos. Sin embargo, a la hora de la verdad, el viejo ruso se pone del lado del joven, y desvela su concordancia política: pasa a la acción, que es quizás, lo que el inconsciente del señor Ramírez intenta transmitir a su ya cansada y enferma mente. El viejo ruso termina mojándose; Ramírez, aunque quisiera, ya no puede.

El título, "Maldición eterna a quien lea estas páginas", es una frase que Ramírez escribió cifrada durante su estadía en la prisión argentina en uno de los libros (de literatura francesa) que le llegaron por correo al hogar de ancianos en Nueva York, y que Larry se propuso investigar:
"-Esto podría ser importante. Déjeme ir anotando un poco... 'malédiction... eternelle... à... qui lise... ces pages'. Es lo primero que dice. Maldición eterna a quien lea estas páginas.
-Le he dicho que tire todo a la basura. (...)
-¿Maldición eterna a quién? ¿Al policía que descubriese y leyese estas páginas?
-...
-¿Maldición eterna a cualquiera que las lea con malos ojos, con ojos de policía?
-La policía ayuda a la gente, detiene el tráfico cuando pasa mi silla de ruedas."
Pareciera que a Ramírez, más que "perder" la memoria, se la hubieran borrado, lavado. No recuerda que la policía lee "con malos ojos", que no ayuda a la gente, sino que son el brazo armado y represivo del Estado. No recuerda que fue un militante, un dirigente sindical. No recuerda que la policía que detiene el tráfico cuando pasa un anciano en silla de ruedas es la misma que detiene ilegalmente, que reprime, que tortura y asesina a cualquiera que atente contra los intereses de la burguesía, y que eso fue lo que le hicieron a él. Por el contrario, afirma estar totalmente desinteresado de la política, dice que la policía ayuda a la gente, no le cree a Larry, y se ofende, cuando le dice lo que va descubriendo de su pasado.

Más allá de esto, la pregunta de Larry es interesante: ¿Maldición eterna a quién? ¿A quien lea qué? A lo largo de toda la novela, la acción de leer toma un protagonismo especial. Desde el principio, Ramírez dice que todo lo que recuerda es lo que leyó en la enciclopedia en sus días en el hogar de ancianos de Nueva York; de hecho, dice que recuerda todo lo que lee. Dice que tiene que buscar el sentido de las palabras. Sólo conoce a través de las lecturas, y lo que piensa tiene que anotarlo en un papel, para que no se le olvide, y poder leérselo a Larry (pero siempre se olvida de agarrar el papel donde anotó sus pensamientos). También Larry lo acusa de no "saber leer las expresiones humanas". Todo el tiempo está obsesionado con las palabras, y su significado, pero también dice "Por favor, emplee palabras que signifiquen más. Conozco las palabras, pero no lo que estaba pasando dentro suyo" o, cuando Larry le cuenta sobre su infancia y su madre "Larry, por favor dígame otras palabras que usaba su madre." a lo que Larry responde "Mi madre no tenía palabras propias. Ni sabía pensar por su cuenta". Esta frase me parece clave: Ramírez no tenía palabras propias tampoco, ni sabía pensar por su cuenta porque había perdido la memoria. Más adelante en la novela, Larry dirá "Créame, los consejos no importan. Las palabras no importan. La inteligencia no importa.". Hay una relación evidente a lo largo de la novela, entre las palabras y la inteligencia, o el pensamiento, y también entre el hecho de leer palabras ajenas, o de tener palabras propias. Por eso todo el tiempo Ramírez, el personaje ignorante, irracional, caprichoso y que porta, en la novela, el conocimiento del sentido común, que, junto con la memoria, perdió también sus propias palabras, insiste en que le digan el significado de estas; por eso lo busca en la enciclopedia; por eso dice que conoce las palabras, pero no sabe qué pasaba adentro de Larry; por eso, en muchas ocasiones le preguntará en qué parte del cuerpo se sienten el rencor, o la vergüenza, el placer, o el amor. Comprende esas palabras, pero no conoce su significante Es un personaje sin identidad; con un pasado que olvidó, y por eso mismo, sin presente. Todo lo que hace es repetir. En algún momento tuvo palabras, y las cifró, con palabras de otro, en un par de libros de literatura francesa. En algún momento, la maldición para el que leyera sus palabras, sí era dirigida a quien la leyera con malos ojos, con ojos de policía. Pero ahora, creo yo, la maldición eterna es para quien lea, repitiendo, sin palabras propias, los discursos como los que reproduce Ramírez. Por eso, hacia el final de la novela, deprimido, el señor Ramírez deja de comer, de ingerir palabras de otros y, como no tiene las suyas propias, muere de inanición. 

Me parece interesante la idea que planteas sobre la apropiación de las palabras de los demás. La llevaría un paso más allá. ¿No hace Puig lo mismo en las historias que cuenta? ¿No se apropia de las historias de los demás, como hace Ramírez? En cierta manera Ramírez estaría “dando vida” a una actitud que el propio autor repite a la hora de escribir: gran parte de la narrativa de Puig está inspirada en personajes y conversaciones reales, lo cual no implica necesariamente hablar de una falta de palabras propias. De todos modos, se me ocurre que la actitud de Ramírez al preguntar en qué parte del cuerpo y de qué manera se sienten los conceptos abstractos que no recuerda en su propia experiencia, podría representar un paralelismo con el proceso interno por el que pasa Puig a la hora de desarrollar los personajes de sus obras. En cualquier caso, al contrario de Ramírez que se apropia de las palabras y de las historias de otros sin ningún tipo de filtro, en el producto final de los personajes y las obras de Puig hay más de él que de la apropiación primaria que éste hace.  

Al margen de esto, planteo otra posible hipótesis que se me ocurrió mientras leía la novela con respecto al porqué del título. Sabemos que Ramírez era un activo sindicalista argentino con un gran compromiso político. Sin embargo, a lo largo de la obra vamos descubriendo que durante toda su existencia, su vida privada y familiar fue una cuestión pendiente, aplazada, por la que se siente constantemente culpable a pesar de que sigue priorizando el bien colectivo –más trascendental– a través de sus acciones políticas. Durante su estancia en prisión hace esas anotaciones que ahora Larry intenta descifrar, pero éstas, no sólo tienen un contenido político sino también personal. Ramírez escribe sus miedos más íntimos al declararse culpable de no comportarse como un buen marido, como un buen padre. Culpable de haber despreciado en cierto modo la vida familiar, de ser duro con su hijo, de alegrarse de que se fuera lejos. Y bien, ¿no puede ser que maldiga precisamente a quien lea esas confesiones tan personales? Es una hipótesis, en cualquier caso, pero no sería descabellado pensar que, un hombre que se siente al borde de la muerte confiese y escriba sus dudas y temores más profundos para sí mismo, para desahogarse, y al mismo tiempo, por vergüenza, maldiga a quien –de modo improbable como cree que es en su situación– pueda llegar en algún momento a leer esos sentimientos que, ahora, el viejo Ramírez ha perdido. ¿No puede ser incluso, que el propio dolor de escribir, de materializar esos sentimientos, ligados a la tortura física y psicológica de la prisión sean los causantes de su misma maldición y de la desaparición de todo recuerdo? Olvida, maldecido por sí mismo, después de leerse. Por otra parte, el final de la novela refleja un Larry, también bajo el influjo de la maldición, mendigando un puesto de trabajo que nunca le gustó.    

Por último, quería recalcar que, como ya mencioné anteriormente, una de las cuestiones que más me interesan de la escritura de Puig es la capacidad para dejar abierto un mismo párrafo o capítulo (incluso la totalidad de un mismo libro, si se quiere) a dos o tres (o más, seguramente) interpretaciones posibles sin que por ello el relato quede especialmente descolgado. Es frecuente que, por ejemplo, mientras te narra una historia concreta en tiempo y espacio, utilice unos diálogos con la suficiente ambigüedad como para crear referencias metafóricas a otras cuestiones. En esta línea, creo que, especialmente, tanto Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) como Pubis angelical (1979), tienen referencias imprecisas pero contundentes a cuestiones de carácter político, que a su vez están muy presentes en el autor durante el contexto de escritura. Este no sería el caso de novelas como El beso de la mujer araña (1976) –a pesar de ser una de sus grandes obras– cuyo contenido político es mucho más explícito. 

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