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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



viernes, 21 de noviembre de 2014

Piglia lee mi blog

A Ricardo Piglia lo conocí una tarde de lluvia en Adrogué. Me invitó un café por lástima y estuvimos charlando un buen rato.
Yo había ido a llevar a una amiga hasta su casa. Estaba lloviendo mucho y como tenía el auto en la puerta, le ofrecí llevarla; ella, sin dudarlo mucho, aceptó. Después de dejarla me tuve que desviar un poco de mi recorrido usual porque la calle estaba inundada. Sin que el azar tuviera que intervenir demasiado, en menos de 10 minutos me había perdido.
 Los días soleados, Adrogué es un lugar digno de admiración: las casas antiguas, las calles empedradas y los árboles inmensos dan la sensación de estar en otra época, en un lugar calmo y tranquilo, tal vez sin luz eléctrica ni coches a motor. Pero los días de tormenta, Adrogué es un lugar muy parecido a tantos otros del conurbano: las casas se mojan, las calles se inundan, los árboles se caen, el cielo es gris y todo está oscuro. A esto tenemos que sumarle que todos los vidrios de mi auto estaban empañados y que no tenía ni idea de cómo volver a mi casa. La lluvia caía de arriba abajo, pero también de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. El ruido del limpiaparabrisas inútil y del agua golpeando con fuerza sobre la chapa del auto me hacían doler la cabeza y encima (¿por qué negarlo?) tenía un poco de miedo de que cayera un hermoso y robusto pino centenario de esos que adornan las pintorescas veredas de Adrogué encima del coche conmigo adentro.
Inesperadamente, en una esquina alejada de cualquier indicio de civilización, vi un barcito. O más bien una cafetería. Por entre los vidrios empañados del coche, se veía el cartel luminoso: “Ramos” se llamaba, o algo así. Las luces estaban prendidas, así que estacioné donde pude y entré. Pensaba quedarme un rato hasta que pasara la tormenta. No había salido con plata de casa, y en los bolsillos tenía lo necesario para pagar menos de medio café. Confiaba en la piedad del empleado para que me dejara sentarme hasta que amainara la tormenta, y en el libro de Onetti que por esas cosas curiosas de la vida sí había agarrado antes de salir de casa, para entretenerme. El lugar estaba casi desierto. Me senté en una mesa y en seguida vino el mozo, un tipo gordo, asmático, que respiraba con un jadeo pesado.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Maldición eterna a quien lea esta reseña. Intervenida por Ana Serrano


Maldición eterna a quien lea estas páginas es una novela de Manuel Puig, publicada en 1981 y ambientada en los últimos días del año 1977 y los primeros de 1978. Fiel al estilo de Puig, el narrador es muy débil, casi inexistente. Lo único que hace es presentarnos a dos personas hablando, durante casi toda la novela: este narrador particular nos pone casi directamente frente a los personajes. No hace acotaciones, no dice nada. La única participación activa es la de dividir la novela en dos partes de casi idéntica duración que no tienen más nombre que "primera parte" y "segunda parte", a la vez que la de poner las reglamentarias líneas de diálogo cada vez que cambia el personaje que habla y puntos suspensivos cada vez que la persona que se espera que responda no lo hace, quedándose en silencio. Hacia el final, en el último capítulo, el narrador transcribe, sin hacer ninguna acotación ni explicación, algunas cartas que dan una conclusión a la novela.

Lo que me llamó mucho la atención no encontrar, y que está muy presente en el resto de la obra de Puig, son las alusiones al mundo del Pop Art, de Hollywood, sus galanes y sus vedettes, al mundo de las amas de casa pueblerinas de primera mitad del siglo XX y los personajes intencionalmente estereotipados del hombre, macho, trabajador, seductor y violento; la mujer ingenua, soñadora, que se ocupa de la casa y vive para servirle al marido; el niño inteligente, apasionado, ignorante, homosexual.

El padre de Larry sí forma parte del primer estereotipo. En cualquier caso, tengo la impresión de que Puig no siempre utiliza necesariamente estos estereotipos tan marcados (en otras novelas suyas aparecen, pero no como totalidad). ¿El niño inteligente apasionado e ignorante, con la excepción de la orientación sexual, no lo encarnaría Larry? Es un personaje ingenuo y con gran necesidad de aprobación y de conocimiento que busca respuestas a través la religión. Su propia inteligencia lo apartará pronto de la teología, interesándose poco a poco por otras cuestiones como el marxismo y el psicoanálisis. (¿Como al propio Puig?). 

En cierto sentido, puede trazarse una relación clara entre Maldición eterna a quien lea estas páginas y El beso de la mujer araña, sobre todo por su carácter explícitamente político y alusivo a la represión estatal, pero creo que la trama de El beso... es mucho más interesante y atrapante, (descontando su carácter experimental, con las notas al pie, postulando hipótesis y haciendo referencia a teorías científicas sobre la homosexualidad, que la convierten en una novela más versátil, mucho más interesante aún), mientras que la de esta novela es un poco más simple, sin perder, por ello, su complejidad. Es cierto que la trama no es difícil de reponer, pero también es cierto que deja muchas incógnitas sin respuesta (sea esto positivo o no).

Sin entrar en detalles por el momento (aunque seguramente más adelante escriba sobre ello), esto se puede ver como que “el autor deja muchas incógnitas sin respuesta” pero también como que el autor deja varias respuestas con las incógnitas a medio delinear. Mi sensación es más la de no saber cuál de las varias opciones ambiguas que el autor nos ha ido dejando me parece mejor para completar las respuestas, o si incluso (y mejor aún) la idea es que puedan servir todas.