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Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



jueves, 2 de octubre de 2014

El criador de Gorilas. Roberto Arlt

El criador de Gorilas es un libro de Roberto Arlt, cuyos relatos transcurren en su totalidad en África, y reflejan las costumbres islámicas de los pueblos del norte del continente y las de los pueblos del África negra. Es un libro sorprendente; la verdad es que personalmente nunca hubiera esperado estar frente a este tipo de narraciones, ni a este tipo de paisajes o escenarios, al sentarme a leer un libro del mítico escritor de Flores.
                Al leerlo, vinieron a mi cabeza algunas lecturas de mi adolescencia, que no podría especificar con claridad; recuerdo libros que me generaban extrañeza ante costumbres desconocidas, casi fantásticas, y me atrapaban con aventuras en territorios exuberantes y salvajes. Pienso en Stevenson, en Swift, en London, en Verne, en lo que imagino que serían Defoe o Melville; pero también en algunos escritores latinoamericanos como Quiroga, Carpentier, García Márquez, y seguramente muchos otros que no me acuerdo ahora mismo, pero que supieron describir el continente ingenuamente poblado de misterios, de magia, de selvas infinitas, de animales temibles, de tribus salvajes y peligrosas.
                Repito que es un libro que me sorprendió para bien. Siempre imaginé a Arlt relacionado con la literatura urbana de Buenos Aires, con Borges indefectiblemente, con Marechal, con Piglia, a veces con Cortázar, otras con Walsh, seguramente con muchísimos otros que no puedo enumerar ahora. Pero me desencaja releerme relacionándolo con los autores nombrados más arriba: ¿Qué tienen en común el metálico y asfaltado Arlt con el aventurero Stevenson? ¿El fraudulento y traidor Arlt con el fantástico y selvático Quiroga? Me va a costar muchísimo (si es que alguna vez lo logro) relacionar a este Roberto Arlt, africano, criador de gorilas, vendedor de especias, gastador de turbantes, con el que tengo tan plasmado desde hace años, el Roberto Arlt de Los siete locos, Los lanzallamas, El juguete rabioso o El jorobadito. Y sin embargo, cuando comencé a leer los cuentos de este libro tan extraño a mis expectativas, todavía sujeto a mis prejuicios, intenté encontrar en los relatos algo, cualquier cosa que me permitiera volver a traer a Arlt a donde pensaba que pertenecía: salvarlo de violentos secuestros a las puertas de Fez, de confusas hipnosis en manos de un brujo en Rabat, evitarle un paseo por la selva africana para salvarlo de sucumbir ante la enfermedad del sueño, o disuadirlo de ir a buscar hasta un lugar recóndito de la jungla la más hermosa y valiosa orquídea, hacerlo ir por tierra, como dice en alguno de sus cuentos, hasta Casablanca y de allí, tomar un barco a Buenos Aires; al intentar hacer eso con este libro tan particular, decía, pude encontrar en la mayoría de los relatos cierto aire borgeano. En parte por la fascinación ante la cultura islámica, por los nombres ancestrales del profeta y del Dios, por los religiosos seguidores del sagrado libro del Corán, respetuosos de Alá, los sabios de barba hasta el estómago, conocedores de rituales milenarios. Eso me hizo acordar a Borges, por un lado. Por otro, porque en casi todos los cuentos de este libro aparece un narrador que empieza contando algo que le pasó alguna vez en la que se cruzó con una persona interesantísima que le contó la historia que nos pasa a relatar. Y en este libro eso se exacerba hasta tal punto que uno de los últimos cuentos narra una historia dentro de la cual el personaje se encuentra a otro que le cuenta algo que le pasó siendo muy joven, cuando se encontró con una tercera persona, esta vez una mujer, que le contó su historia. Así, hubo una historia dentro de una historia dentro de una historia dentro de este peculiar libro de Roberto Arlt. Esa estructura de un relato dentro de otro, un relato oral dentro de un cuento escrito, es muy caracterísitica de Borges y, no cabe duda, de muchísimos otros escritores. Pero yo pensé en Borges, y en nadie más. Pensé en Borges porque precisaba devolver a Roberto Arlt a la ciudad, a Buenos Aires o Temperley, a las conspiraciones, los robos, las traiciones, la moneda falsa y la mala traducción de los clásicos rusos; volver a relacionarlo con esos nombres que están en mi cabeza junto a él; los mismos que figuran en los libros que están junto a los suyos en mi biblioteca.


1 comentario:

  1. Voy a leer el libro primero... después paso, leo tu reseña y vuelvo a comentar. Saludos!

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