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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



sábado, 24 de septiembre de 2011

La basura de unos es un tesoro para otros.


Hay gente que es muy sabia, muy inteligente, muy elocuente. Un buen ejemplo de eso es mi profesora de Teoría y Análisis Literario. Es un placer ir a sus clases, porque no sólo se aprende montones, sino que, además, suelen ser muy productivas. Es un deleite oírla hablar y, las más de las veces, tira cada frase que te quedás perplejo. Aunque tire frases muy buenas, por lo general, aquellas con las que se queda son las mejores. Por eso es que yo siempre me siento al lado del tacho de la basura que está a dos metros de la puerta. Usualmente no necesito revolver, porque siempre que tira una frase yo me adelanto a la gravedad y la agarro antes de que entre en el cesto; pero cuando llego tarde o cuando estuve distraído durante la clase (cosa que pasa bastante seguido), me quedo hasta el final y, cuando todos se hubieron ido, empiezo a hurgar entre la basura, entre las botellas de plástico semi-vacías, los papeles de alfajores, las hojas de cuaderno y las lapiceras sin tinta, en busca del alguna que otra frase para usar en mis cuentos y siempre pero siempre encuentro muy buenas frases que le dan a mis escritos un toque intelectual, reflexivo, poético, irónico… Por eso siempre voy a estar muy agradecido con mi profesora. Me ayudó a escribir la mayoría de mis cuentos y sus frases están citadas en casi todos, a veces literalmente y otras un poco modificadas.
Por los pasillos de la facultad yo le comento a mis compañeros: “¡Che, tenés que ir a las clases de la Profesora P., tira las mejores frases!”. Y todos están de acuerdo: “La verdad que sí, qué bueno que haya tan buenos profesores en nuestra universidad, tan sabios, tan inteligentes, tan elocuentes, etcétera.” Pero cuando se enteran que uso sus frases en mis cuentos, ahí pierden toda la estima que me tenían por haberles hecho tan buena recomendación y los más gentiles me tratan de cartonero literario, mientras que los más duros me acusan de plagio, robo e incluso de falta de originalidad, a lo que yo les respondo, haciéndome el desentendido y con el tono más altanero posible que la basura de unos es un tesoro para otros. 

jueves, 15 de septiembre de 2011

Fragata Presidente Sarmiento o De la reflexión sobre esas cosas sobre las que no se puede reflexionar sin caer en un círculo-espejo/ojepse-olucríc

Me pareció escuchar en la radio: “¿Quién soy?”; pero imposible: la radio no me habla en primera persona. Seguro lo imaginé.  Pero así comenzó mi viaje, mi inquisición, mi auto-inquietud, si es que no toda inquietud es inquietud de sí.  Y se me ocurrió preguntarme, primeramente, sobre la extraña relación existente entre mí mismo y una nota musical, o una afirmación que también puede ser nota musical y tantas otras cosas, pero como era de preverse esa reflexión sólo llevó a una introspección en la que menos se debatía sobre mi persona que sobre aquellas otras relaciones mucho más interesantes y extrañas como, por ejemplo, la inapelable relación entre las nueces y el ruido; entre los pájaros y las manos; entre la esquina y la lluvia y entre el ocho, unos broches y un culo…
Pero seguro alucinaba, seguro no escuché eso en la radio; probablemente hubiera escuchado Tía Carola, que no sólo es nombre de vieja chota, sino que encima es nombre de solterona, porque es tía y no madre Carola o abuela Carola; aunque tal vez el chota en el “vieja chota” no tenga nada que ver con un pito y sea una metáfora de solterona, aunque parezca medio contradictorio llamar a una persona que probablemente no vea una chota hace décadas, “vieja chota”; parece un poco irónico, aunque si la vieja chota no ve una chota seguro necesite anteojos y un buen macho que se la empome; o no, ya me perdí. Probablemente hubiera escuchado alguna otra cosa en la radio. Mejor no prestarle tanta atención, sobre todo porque tiende a ser bastante aburrida cuando está apagada y desenchufada. “¿Quién soy? Tía Carola.”. Tía Carola la chota, tía Carola.
Mi auto-inquisición, además de haberme hecho dar cuenta de que tía Carola las pelotas, o la chota, que da lo mismo, me llevó a un lugar espeso y licuado; mucho calor, mucha humedad y un galpón a la derecha y las vías a la izquierda. En el medio una calle, rodeada de dos veredas. Yo en la vereda que da al galpón. Yo, sujeto, empírico, sujetado, licuado, encadenado, insubordinado, desordenado, gu-ber-na-men-ta-li-za-do (menta-mental). No sé bien cuál es el alcance de mi discurso y decido reflexionar sobre mis propias limitaciones: INSUBORDINADO. Más que una época, es una actitud; más que una epokhé (epokhe) es yba actitud, lo mismo que ir caminando por una vereda, la vereda que da al galpón, y doblar a la izquierda en una calle con el nombre de un barco con el nombre de un presidente; e ir a ese pueblo, tan lindo, tan bonarense, tan pampeano, tan intelectual. (tal vez en griego ni lo entiendan, así que acá lo transcribo: más que una epokhé (epokhe) es una actitud, lo mismo que ir caminando por una vereda, la vereda que da al galpón, y doblar a la izquierda en una calle con el nombre de un barco con el nombre de un presidente; e ir a ese pueblo, tan lindo, tan bonarense, tan pampeano. (tal vez en griego ni lo entiendan, así que acá lo transcribo:

jueves, 8 de septiembre de 2011

Hay gente loca en el mundo

Un sujeto, un desconocido, una persona, sea hombre o mujer, por la calle lo intercepta y le dice: Buenas noches estimado cómo anda usted y usted fíjese, fíjese que el desconocido le dice eso y fíjese que usted le responde buenas noches desconocido ando bien yo y usted y usted fíjese que usted mismo le responde esta barbaridad al desconocido, usted le dice esta barbaridad al desconocido y el desconocido le pregunta a usted qué barbaridad, de qué barbaridad está usted hablando y usted está hablando de la barbaridad que le dijo al desconocido hace unos instantes y el desconocido no reconoce de qué barbaridad está usted hablando y usted se queda pensando un poco porque no recuerda haberle dicho nada sobre ninguna barbaridad, sino que, piensa usted que fui yo quien dije que usted le decía algo y que, según mi consideración eso que le decía era una barbaridad, pero yo puedo decirle, pudo afirmarle señor, que no fue consideración mía, sino que usted al desconocido, luego de que éste le diga buenas noches estimado cómo anda usted y usted le diga buenas noches desconocido ando bien yo y usted, luego de eso usted le respondió esta barbaridad al desconocido; esas son las palabras que salieron de su boca: esta barbaridad al desconocido.

Un sujeto, un desconocido, una persona, sea hombre o mujer que, por la calle lo intercepta y le dice todo eso no debe estar en sus cabales y es conveniente alejarse en seguida, no vaya a ser que

jueves, 1 de septiembre de 2011

Bajo un árbol

                El poste de metal sobre el cual se ve la inscripción “Hasta resistensia” amenaza con derretirse bajo el sol de mediodía. El asfalto, a metros de mis pies, se parece más a una gelatina que a una dura masa de piedra; allá a lo lejos, por donde debería venir el colectivo, se ve la ruta inundada, a pesar de la sequía que desde hace meses afecta al norte del país. No podría decir desde cuándo que espero el colectivo, pero el calor y la desolación del lugar me hacen pensar que estoy aquí desde hace un par de horas. Todo lo que se ve a mi alrededor lo puedo describir con una sola palabra: muerte; sin embargo voy a usar algunas más: el piso, que una vez fue fértil tierra, ahora es polvo, más parecido al suelo de un desierto que al de una prometedora zona agrícola; la abundante vegetación que se puede observar está compuesta por infinitos troncos secos, que en cualquier momento podrían causar un incendio que destruiría absolutamente todo esto que ya está prácticamente destruido; por último, lo que hace a esta parada de colectivo aún más acogedora, son los abundantes cráneos de vacas o de guanacos, algunos todavía con un poco de pelo o de carne adherido, que no fueron presa de ningún ave de carroña aún; obviamente, no hay ni una casa ni un árbol bajo el cual refugiarme del intenso sol que ya empieza, literalmente, a quemar mi piel. La botella de agua está casi vacía, pero en vez de tomar el contenido, lo vacío de una vez sobre mi cabeza, para refrescar un poco mis lentos pensamientos. A lo lejos, sobre el agua de la ruta, se ve un inmenso barco a vapor que se acerca muy lentamente; ese es mi colectivo. Desfalleciente le indico al colectivero el lugar hacia donde me dirijo, le doy la plata y me apuro a sentarme en un lugar donde no dé el sol. Sin embargo, fracaso: un molesto destello no deja de incomodarme: el sol debe pegar sobre algo metálico dentro del colectivo y viene a darme directamente a los ojos; no tengo fuerzas para cambiarme de asiento. No sé si por el calor, por el destello molesto o porque me estoy deshidratando, pero aquí adentro pareciera como si el tiempo pasara muy lentamente.
                El colectivero no tiene apuro: él tiene sus botellas llenas de agua y su ventilador al máximo. Yo, aquí atrás, probablemente la única persona en todo el vehículo, sólo tengo el pelo un poco húmedo y ese molesto brillo que no me permite discernir si hay alguien más en el colectivo.
                Se escuchan risas, conversaciones. Busco a la gente, pero no puedo ver a través del destello solar; llego a pensar que el sol está dentro del colectivo. Siento la boca seca, las manos sudorosas, igual que mis axilas y mi entrepierna, y si presto atención, puedo escuchar cómo lo poco que queda de agua en mi cabeza se evapora haciendo un divertido ruido: tzzzzzzzzzz tzzzzzzzzzzz. Cierro los ojos para escapar del destello. Imagino un colectivo que transporta al sol alrededor del mundo, veo a Galileo y a Copérnico diciendo que ellos se equivocaron, no es la tierra la que gira alrededor del sol, sino que el sol es el que gira alrededor de la tierra dentro de este colectivo en el que también viajo yo y un gordo chofer que no para de reírse solo. En un instante de lucidez entiendo que el sol no podría viajar dentro del colectivo, porque éste se prendería fuego, y recuerdo que el sol también estaba en la parada, incluso estaba cuando no se podía ver venir al colectivo a la distancia. Entiendo todo: es la luna lo que este colectivo transporta. La está llevando hacia la noche. Hacia la oscuridad. La luna refleja el sol, y su destello me da en los ojos, que ahora permanecen cerrados. De cualquier manera no los necesito. Escucho absolutamente todo lo que pasa a mi alrededor. Siento el pie del colectivero presionando incansablemente sobre el acelerador. Siento a la señora que está sentada al lado mío pedirle a su mayor Domo, Alfred es su nombre, que le sirva un vaso de Whisky con abundante hielo, ya que no hay naranjas. Siento el sol que no quiere dejarme ir, que me persigue, que está en todos lados. ¿O la luna? Siento a la dama siendo abanicada por su mayor Domo. Siento que los infantes de marina registran mi bolso en busca de flautas mágicas que sean capaces de llamar a la lluvia, porque la situación del centro-norte del país es inaguantable, no se peude esperar a que Dious esté algún día aburrido y se le ocurra que quiere dejar de torturarnos. Npo tenemos duerzas paa sentir el agua que nos estn tirando en la cabeza, si es que eso está pasando o no. Tal ves, si abriera los ojos… pero no, eso no es posible, bnunca lo fueg y esta bie que no lo sea, cada uno tiene sus derechos y hay que respteralso porque sino cómo podría funcionar la económia nudial      e el contextico de un ambitó que la crisis ahorasin yo evo una vieja que est BIEn VEStidA   No le creo nada que dice        estamos BienN, menos mal que bajaun poc el frios              el voiento    VIoooooLeeeentooooooooooo                           el SUYeño                FALSID                                ArmAD                       AAAaaaRRRRrrooommmmaaaaaaaas                               gIrAsOl    guantes      cv     Ebtren                      estreno              Ramofic             SIENTO                           Alma                     la Cabezaaaaszzzz                   NEGrooo…….. .   .  …… . . … . ……….                             ……………..    …….. …… . . . . . . . . ………       . . .              …………………………………..                  .                  .              ……………..        .        . . . . . .      . . . .     . . ..                ………            ………          .        …………                                   . .      ……………                        . .      . .        . .        . .     .   .                     .. ..        .. .. .. ……………                                ………………………                           .  ….. …… ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………           





El colectivo se detuvo. Todavía tiene los ojos cerrados, pero sabe lo que está pasando. Siente el destello del sol sobre su cara, siente su calor insoportable. Siente cómo, suavemente, el colectivero lo baja a la banquina y lo arrastra hasta la sombra de un árbol no muy lejano. Probablemente  lo estuvo buscando desde que lo vio desvariar, perder el conocimiento. Se está alejando. No pude ser que se le ocurra dejarlo acá al pobre diablo, solo, en el medio de la nada, con este calor y sin agua… Está volviendo, trae algo del colectivo; posiblemente, una pala. Todavía tiene los ojos cerrados, sigue sin recobrar el conocimiento. Por un momento, siente de nuevo el insoportable brillo del sol sobre la cara. No lo siente más; el colectivero está a unos metros de él, haciendo algo; algo que, al no ver, no puede saber.
                Media hora estuvo el colectivero absorto en su tarea. Ahora lo siente acercarse, una vez más siente el brillo, pero por muy poco tiempo; ya no lo siente. Las fuertes manos, transpiradas, del chofer, lo agarran por la espalda; lo acomodan en un lugar mejor, mucho más cómodo y fresco. De nuevo el brillo; de nuevo el colectivero haciendo algo que no puede descifrar: oye ruidos, siente el esfuerzo, los suspiros, la transpiración, el ruido del agua bajando por su garganta mientras toma de una de sus numerosas botellas de agua. Terminó. Por suerte terminó. Ahora lo va a agarrar, lo va a acostar en el colectivo y lo va a llevar a un hospital para que lo traten… Se está alejando. Tal vez va a guardar la pala. Seguramente a él también le molestaba su brillo, obviamente no podía manejar con los rayos del sol pegando primero en la pala y después en su cara, encandilándolo.
                Evidentemente iba a volver a buscarlo… Encendió el motor del colectivo, se está alejando lentamente. No sabes por qué pero no tenés miedo, no te importa.

                Al poco tiempo, y después de años de sequía, se largó a llover. Fue entonces que sintió, implacable, el peso de la tierra sobre su cuerpo.