Acá adentro, mientras tomamos pantuflas en mi casa, siempre siempre mordiendo bizcochuelos y tomándoselo calmadamente, más despacio; más lento. Rojo, naranja y verde. Las luces están confeccionadas con soltura, miedo y tragedia. No escribir no sería gris. Nadar dentro o fuera, pero nadar. En seguida uno se cansa y no puede. Tóneles de azufre hirviendo te caen en la guitarra y las rayas oscuras te pesan en el pie. Los azules, ataúdes, lloran manzanas y ballenas. Un dedo muy largo te golpea el pecho y te resuena. Resuena. Nieve en tu piel y frío en el cielo. La puerta, verde como el pato en la laguna. Levantate, hay algo que hacer y no ver más lejos. Aprender en el mismo techo que tu familia no es sensato y no es sincero. El dolor en la lapicera te cena y aflige. Ranas en tu pelo y piojos en el estanque. Romanos tienden a subir y las lanas anidan en tu cara. Los suéteres te comen las uñas y la cerveza te las toma. Ocho ojos te miran como una araña entre los dedos de tus pies. El ruido en las escafandras, abajo del mar o en la luna. Delante de las panderetas se mueven los nenes con tenedores y tenerifes. Borges se cae en el pozo de la inocencia y de la incontinencia. El tapado no te deja mover y el auto. El feo horror que se eleva en tus constelaciones te arrepiente de correr y para, parás. Un túnel: entrás entre Renatas y serenatas para tocar un sí bemol y un no sostenido. Vemos lo que no se debe ver; enfrentamos las miradas menos escolásticas. San Anselmo y los pájaros te pegan en la cara. La sangre te empapa los pies. ¿Ves? Es lo que se debe. Y la letra no sale bien; se deforma bináreamente y ya es tiempo de salir del túnel y parar. Ya es hora de que la negra se exprese como debe y de que no se arrepienta más de enhebrar hilos con sus pestañas, o de cabalgar... y soltar las riendas.
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