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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



viernes, 25 de junio de 2010

La maldición

Cuando la gente me ve, me reconoce y es simultáneo a ese reconocerme que ya me empiecen a felicitar y a congratular indefinidamente. El disimulo o la modestia no sirven de nada y siempre (lo que se dice siempre) se dan cuenta. Se dan cuenta apenas me ven quién soy y qué hago; o por lo menos quién soy y qué puedo hacer.
Pero nada sirve de nada. Imposible que me comprendan, imposible que, al intentarlo, no me acusen de falsa modestia. Incluso algunos me llaman egoísta: “cómo puede ser que alguien que puede hacer lo que vos no lo comparta con el mundo.” Pero no entienden que no es tan fácil. No es tan barato. Todo tiene sus ventajas y sus desventajas. Pero no. Nada sirve de nada.
−Era chiquito cuando me di cuenta, y ya desde entonces fue horrible. Sí, horrible, créame. Terriblemente doloroso. No; no es una bendición divina, señor. Es ira, venganza divina. No, no es falsa modestia, tampoco egoísmo. Por favor, créame. Le digo que si todo mi cuerpo pudiera… pero no es así. Le decía, que era chiquito cuando me di cuenta: estaba corriendo por las escaleras y en una de esas me tropecé y no me caí. Pero sentí un terrible dolor en un lugar donde hasta entonces no había sentido nada: en las pelotas. Pensé que me habría golpeado, pero no: estaba flotando, volando. Le digo señor, volar no es un don, es una maldición divina. O al menos volar como yo lo hago. Cada vez que decido volar, al igual que usted cuando decide caminar mueve un pie y después el otro, bueno, cuando yo decido volar, vuelo: de a poco y por partes mis miembros van liberándose de la presión gravitatoria y mi mente se vuelve dueña de todos mis movimientos. Pero le digo, señor, que no todo mi cuerpo vuela. De a poco, y por partes, le decía, mis miembros se liberan de la opresión gravitatoria: mis hombros, primero, mi cuello y mis brazos, mi torso y mis piernas. Casi todo mi cuerpo está libre ya de la presión que nos ata a la tierra, pero todavía parece que estoy apoyado en el piso. Lo único que siento yo es un cosquilleo ahí abajo que es hasta simpático. Pero cuando decido hacer uso efectivo de mi habilidad para volar: ¡EL DOLOR! Todo mi cuerpo se separa del suelo, todo menos mis pelotas, señor. Cuando de a poco toda mi estructura corporal se aleja del suelo, mis bolas no se mueven del lugar en el que están. Y todo el resto del cuerpo sí ¿me entiende? Y no se imagina lo que se siente. Es un dolor horrible, señor. Créame. Volar, al menos como yo vuelo, no es un don. Es una maldición. Me alegra que me escuche y me comprenda, señor. ¿Cómo dice? Pero… Sí, en realidad… Sí, señor, le puedo mostrar por última vez cómo es volar pero no preste atención si grito como un condenado o si, a medida que levanto mi cuerpo del suelo, cae de mis ojos alguna que otra lágrima.

jueves, 24 de junio de 2010

Acontecimiento Cartesiano

El perro lo miraba y se ponía panza arriba. Evidentemente, algo le funcionaba mal. No conocía lo suficiente la mecánica canina como para arreglarlo. No sabía qué hacer. Cuando el bicho se acercaba, se ponía panza arriba y él, por las dudas, lo acariciaba.
En una de esas, el perro se puso panza arriba, y él lo acarició como siempre. El perro empezó a mover la pata izquierda, como es habitual cuando a un perro se le rasca la panza. Se ve que el intenso movimiento terminó de aflojar un tornillo situado al lado de la pata izquierda y el animal empezó a hacer un ruido extraño...
“Tendría que haberlo intentado arreglar”. Pensó, mientras barría el enchastre de pelos que había quedado de la explosión.