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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



miércoles, 10 de marzo de 2010

El ruido


                “No es necesario imaginar lo que no queremos” pensó, y volvió a mirar para atrás. No había nadie más en el cuarto. Siguió haciendo lo que hacía y lo que venía haciendo desde hacía rato y volvió a mirar para atrás, para cerciorarse nomás. Esa tarea que él estaba haciendo (y que me pidió por favor no divulgar) lo aburría sobremanera, y por eso es que creyó que todo era producto de su imaginación. “Cuando uno está aburrido la mente vuela” pensó. Y siguió. Lo único que me está permitido aclarar es que eso que estaba haciendo, lo estaba haciendo en su dormitorio. Y lo seguía haciendo cuando volvió a imaginar que escuchaba algo. O tal vez escuchó algo de verdad. En toda su casa no había nadie más que él, y el viento (vaya uno a saber por qué: según tengo entendido todas las ventanas estaban abiertas) no corría. Dos cosas podían explicar ese ruido: la que él había elegido (su imaginación) o una presencia inexplicable, algo que no debería estar ahí, pero ahí estaba. Se entiende perfectamente por qué nuestro personaje, que ya puede considerarse y así lo consideraré de ahora en más, nuestro amigo, haya elegido la primer explicación: la segunda necesitaría muchas más explicaciones de índole tal como qué hacía esa persona, animal, cosa, fantasma o monstruo en la habitación de nuestro amigo; cómo había entrado; cuáles eran sus intenciones; etcétera.
                Pero ahora lo volvió a escuchar más claro. “La próxima, me doy vuelta en seguida”, pensó. Se puede ver, si se me permite esta exégesis, que nuestro amigo está empezando a dudar de su teoría imaginativa. Piensa que si se da vuelta en seguida de haber escuchado el ruido, podrá ver la causa (sea fantasma, humano, animal, vegetal o mineral) del susodicho. Y lo escuchó de nuevo; y con una agilidad mental, con unos reflejos dignos de un esgrimista olímpico, dio media vuelta primero su cuello y con él su cabeza y sus ojos, sedes de la vista y el entendimiento, después su torso, que giró por mera  inercia y por último sus piernas, que giraron para mantener el equilibrio de nuestro desequilibrado amigo. Pero nada vio y ya sus nervios no lo dejaban continuar con su tarea. Y ya su imaginación volaba más, esta vez no por falta, sino por abundancia de estímulos. “¿Será un fantasma que me está acosando? ¿Será un monstruo o vampiro que quiere comer mi cuerpo o mi sangre? ¿Será un animal salvaje que entró a mi habitación por alguna de las tantas ventanas abiertas con el mismo propósito que pudiera tener un monstruo, que es el de devorar mi tierno cuerpo? ¿Será un humano, un asesino serial que entró a mi casa con el sólo objetivo de matarme, o un ladrón, que entró en mi casa para robar mis pertenencias?” Ya se ve el grado de paranoia de nuestro amigo, que sólo puede pensar cosas malas. También ya se ve que no consideró, como sí antes consideré yo, que la causa pudiera ser vegetal o mineral y que sí consideró que podría ser un monstruo, cosa que yo no porque di por sentado que entraba en la categoría “animal”. Tampoco consideró que la causa de ese ruido pudiera ser yo, que desde aquí lo estoy mirando; si no lo viera ¿de qué otra manera se le ocurre que podría estar contando su historia?
                Despreocúpese, amigo lector, si es que puedo llamarlo amigo, que lector sé que sí, que no soy yo la causa del molesto ruido. Yo lo veo a nuestro mutuo amigo desde un lugar que no podría explicar, porque si tengo que decir la verdad, este amigo nuestro podría tranquilamente ser lo que vulgarmente se llama un amigo imaginario. No, no soy yo la causa, pero eso a él nunca se le había ocurrido, así que borremos este largo discurso y volvamos a lo que Juan, para dejar de repetir “nuestro amigo” y darle un nombre, hizo al respecto de este recurrente ruido. Ya dije que no podía volver a su tarea sea cual fuera, que usted, lector, no lo sabe y nunca lo sabrá. Su tarea ya la había abandonado, así que Juan no tenía ningún remordimiento de abandonar su habitación, y eso fue lo que hizo. Pero no se imaginen, que la imaginación cuando quiere vuela muy alto, que Juan salió de su pieza para escaparse de la amenaza sonora. No, salió con el simple y único propósito de cerrar la puerta y espiar por el agujero de la cerradura. Y ahora, que tantas alabanzas ya hice de la imaginación, imagínese usted, amigo lector qué es lo que Juan vio, porque algo vio, cuando miró por la cerradura, que de estas páginas ni una palabra más va a salir.